miércoles, 24 de abril de 2013

Qué bueno que pregunten!

Primer pregunta: difernecia entre NARRACIÓN LITERARIA Y NO LITERARIA (Anahí y Luna)

La narración es el discurso por medio del cual se relatan historias reales,  imaginarias o ficticias. En esta experiencia de aprendizaje haremos énfasis en los aspectos más relevantes para la comprensión y producción de textos narrativos, con miras a su imple­mentación en actos académicos.

Incluso antes de que se inventara la escritura y se generalizara su uso, la narración ha servido para crear el mundo que conocemos e imaginar realidades alternativas. Desde los mitos y leyendas transmitidos por tradición oral en todas las culturas humanas conocidas, hasta las noticias que atraviesan el mundo de las telecomunicaciones, la narración constituye un elemento básico de la comunicación humana y de la producción cultural.  Ya que se desarrolla en múltiples contextos, el acto narrativo puede involucrar situaciones comunicativas diferentes, a veces centradas en la función emotiva o expresiva del lenguaje, en la referencial, en la apelativa, o en la poética y literaria.

1.      Características de la narración

Los discursos narrativos pueden ser espontáneos, como en las anécdotas cotidianas, o muy elaborados, como en las novelas.  En todos los casos, su objetivo fundamental es relatar acciones. Así, mientras que la descripción privilegiaba el sustantivo y el adjetivo como categorías gramaticales centrales, en la narración el verbo es rey.

1.      NARRACIÓN INFORMATIVA

Este tipo de narración se utiliza en escritos de carácter histórico principalmente, pero también en otros campos de las ciencias sociales y las naturales. Las narraciones que se presentan en las noticias periodísticas, por ejemplo, o los relatos académicos, científicos o técnicos hacen refe­rencia a eventos que han sido presentados como verdaderos, ocurridos dentro del mundo que los participantes consideran real. Son empleados, a menudo, para informar, pero también se utilizan para divertir o para explicar. La narración informativa tiene como finalidad dar a conocer al lector determinados sucesos con la mayor objetividad posible. Por lo general se emplea un orden cronológico lineal, esto es, se exponen los sucesos ocurridos en el mismo orden acaecido. Es importante tener presente que el lenguaje empleado tiene pocos adjetivos y el narrador no da a conocer sus impresiones personales.

Veamos, en un ejemplo de carácter pedagógico, cómo funciona la relatoría, tipo de escrito empleado con frecuencia en ámbitos académicos que busca informar el trabajo realizado en un grupo. Observe cómo aparecen aquí los dos elementos narrativos básicos (acciones y tiempo):

Relatoría del trabajo en grupo en la última sesión del Taller

Durante el periodo de mesas de trabajo, todos los participantes se dividieron en dos grandes grupos para discutir específicamente los temas expuestos durante todo el taller. Las discusiones giraban en torno a la problemática de generación y acceso de información, las evidencias más relevantes y el análisis de los diagnósticos presen­tados por cada país invitado. Al mismo tiempo se presentaron recomendaciones y se planteó un plan de trabajo inmediato como equipo regional con la finalidad de mitigar los problemas encontrados.

El fragmento anterior es una típica narración informativa: emplea un estilo impersonal (“se dividieron” en lugar de “nos dividimos”) y se limita a describir escuetamente las acciones
en su orden cronológico sin ofrecer juicios de valor. El objetivo fundamental es dar a conocer las actividades realizadas de una manera breve y fidedigna.

LA NARRACIÓN LITERARIA:

La narración literaria consiste en contar una serie de acontecimientos relacionados a través del tiempo y del espacio, con tres elementos principales: los personajes, los aconte­cimientos y el ambiente.

Los personajes son seres creados por el autor y recreados por la voz o voces narradoras. Ellos son quienes ejecutan las acciones o sobre quienes recaen. No siempre son seres humanos,  pueden ser animales e incluso fenómenos naturales, a los que se les concede carac­terísticas humanas como hablar, moverse, pensar o emocionarse. Adquieren su calidad de personajes porque intervienen en la historia. Ejemplo de lo dicho es el siguiente párrafo del cuento Mi vida con la ola, de Octavio Paz (ver cuento completo al final de esta experiencia):

Cuando dejé aquel mar, una ola se adelantó entre todas. Era esbelta y ligera. A pesar de los gritos de las otras, que la detenían por el vestido flotante, se colgó de mi brazo y se fue conmigo saltando. No quise decirle nada, porque me daba pena avergonzarla ante sus compañeras. Además, las miradas coléricas de las mayores me paralizaron.  

No todos los personajes tienen el mismo grado de participación en los acontecimientos que se narran. Por eso identificamos algunos personajes como principales, que aparecen a lo largo de toda la historia, y pueden ser protagonistas o antagonistas. La narración focaliza su atención en lo que ellos realizan o sobre lo que les ocurre. Los personajes secundarios, en cambio, tienen una participación menor. 
El retrato de los personajes incluye características físicas, sicológicas y sociales, descritas de diversas maneras: a) directa: se describe directamente el físico, el carácter o cualquier otro dato del personaje; b) indirecta; el personaje va siendo conocido por el lector, sin que se describa explícitamente, mediante sus reacciones, su forma de hablar, etc.

 

Segunda pregunta: ¿Cuál es el cuento adaptado que la maestra nos dio en la prueba de Lengua?

Querían el original y aquí lo tienen...

Como todos los días Apenas abandonamos la infancia y ya dejamos de creer en esos cuentos maravillosos que nos contaban nuestros padres. Nos gustan, tal vez. Pero decimos: “son mentiras, lindas mentiras”. Vamos a la escuela a encontrarnos con nuestros compañeros de todos los días. Bien reales, como nosotros. Hacemos la tarea, vemos la televisión. Lloramos o reímos con alguna película. Leemos nuestros libros. Nos acostamos para soñar algo lindo y despertar en la plácida calidez de nuestro cuarto, rodeados de nuestros familiares y queridas cosas: ese afiche en la pared, esos muñecos gastados, ese álbum que nunca completamos, la alcancía vacía. De vez en cuando una pesadilla o algún susto. Pero ya sabemos que todo eso pasa y no es más que eso: una pesadilla, un susto. A Matías le gustaba caminar esas siete cuadras hasta el colegio. Conocía cada baldosa. Sabía que la vereda del bar estaba formada por una combinación imposible de contar. El edificio de departamentos nuevo, en cambio, tenía dieciséis baldosas. Todas lisas y parejitas. Todavía no habían pasado nunca los del gas o los de la electricidad a romperles la vereda. Ya les iba a tocar. Matías tenía un juego. Era tonto, pero era suyo. El juego consistía en contar los pasos. La meta era llegar a caminar alguna vez sin mirar para adelante, tan sólo contando los pasos con la vista fija en las baldosas. Llevaba meses intentándolo sin lograrlo. Pero ese día Matías había dado su primer paso y su segundo y su séptimo y enseguida había percibido algo extraño. Caminó como siempre las dos primeras cuadras. Cuando llegó al semáforo, esperó. Luz verde: cruzar. Cruzó. Fue cuando cruzaba que la sensación de extrañeza se le hizo más fuerte. Como no podía concentrarse en las baldosas tuvo que mirar los edificios. No reconoció ninguno. Tampoco encontró el reloj de la iglesia.Preguntó la hora. Era mucho más tarde de lo que pensaba. Iba a llegar muy tarde. Apuró el paso. La esquina parecía estar cada vez más lejos. Miró a su alrededor. Quería encontrar algo conocido. No vio ni el quiosco de revistas, ni la heladería, ni la casa de fotocopias. Todo era desconocido. Pensó que tal vez, distraído, había doblado mal en la esquina. Era imposible, pero a esa altura lo imposible resultaba posible. Volvió sobre sus pasos. No reconoció nada. Ni los nombres de las calles.
Ya asustado se apoyó contra una pared para pensar con más calma la situación.
Entonces vio que una mujer le hacía señas y lo llamaba. No escuchaba lo que decía, pero tuvo mucho miedo. Estaba perdido en medio de calles extrañas. Había creído caminar las cuadras de siempre, pero todo era distinto. Todo era otro lugar. Otro mundo. La mujer se aproximaba y Matías se paró y caminó hacia ella. Esa mujer se había dado cuenta de que él estaba perdido, pensaba. “Y seguramente me conoce. Tal vez sea una amiga de mamá. Qué estúpido que soy. Esto no se lo cuento a nadie. Se van a reír de mí. Miren, el bebito se perdió, van a decir”. Ya casi estaba llorando. Las lágrimas eran una mezcla del miedo que había sentido con la alegría de encontrar alguien que lo ayudara. No reconocía a esa mujer, pero no le importaba, con tal de que lo guiara hasta el colegio. Cuando la mujer pronunció ese nombre extraño, Matías pensó que no le hablaba a él. Pero era a él a quien miraba. Quiso decirle “Yo no me llamo así, está usted confundida, yo soy Matías”, pero comprendió en un relámpago de lucidez que no había equivocación alguna, que la realidad era cada vez más atroz. Entonces, el llanto se detuvo. No para dar paso a la alegría del reencuentro, a la risa o a la placidez de lo familiar. No para despertar y decirse que todo había sido un sueño terrible, un susto. No. Lo que vino entonces fue el más espantoso de los espantos. No sólo esas calles no eran la de todos los días, no sólo esos edificios eran construcciones irreconocibles. Tampoco él era él. Ya no era Matías, entonces era otro o era nadie.
-
Ernesto, te estaba esperando- le dijo la mujer.

Gabriel S. Lebriega
Biografía del autor
Gabriel S. Lebriega nació en Buenos Aires, en 1963. Siguió la carrera de Letras y se dedicó tempranamente a la docencia secundaria y al cine. Entre sus libros de cuentos se encuentra Una experiencia compartida.



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