sábado, 24 de agosto de 2013

POESIA


POESÍA EN SUS DIVERSAS EXPRESIONES

ABUELITA (Héctor Gagliard 1909-1984)

Tiene la vista cansada,
como cansado el andar, 
y ya se empieza a encorvar
por los años agobiada:
su cabecita plateada,
que termina en un rodete,
la peina tirante y fuerte,
apenitas levantada.

Se quiere meter en todo,
a pesar de que el doctor,
veinte veces le prohibió,
que trabaje de ese modo.
Pero encontro el acomodo,
de amasar para las hijas,
y los sábados se en fija
tiene harina hasta en los codos.

Visita que hace a la nuera,
es visita de inventario;
abre roperos y armarios
y en todos lados husmea
y la nuera que la espera
esconde lo que compró
porque peso que gasto
origina una pelea

A los yernos los defiende
de las quejas de las hijas:
que nunca han sido prolijas
que al marido no lo atienden
y el otro, que no la entiende
se queda lo mas contento
y no sabe que por dentro
la abuela lo compra y vende

Esta lista a cualquier hora
a defender a sus nietos,
que siempre salen absueltos
con tan buena defensora,
“porque los hijos ahora,
se olvidan de lo que fueron”
y al contar lo que le hicieron
pasa a ser acusadora.

Después, saca unas monedas
que tiemblan entre sus dedos
pero, al oír “caramelos”
vuelve a cerrar la cartera,
y mientras todos esperan,
a los padres les pregunta.
¡como a sido la conducta
de una semana entera!

Entonces, viene el revuelo,
y al que dijo “la palabra”
se le dibuja en la cara
la “ve corta”de un puchero
y llora con desconsuelo,
pero entonces, la abuelita
le suena la naricita
con la punta del pañuelo

Y se queda a almorzar
quieren estar a su lado,
y hay que comer apretados
por no oírla rezongar
y para desautorizar
lo que la madre contó
todo el mundo termino
la sopa sin protestar.

¡Abuelita cachacienta,
que por riguroso turno
vas visitando ese mundo
que comprende tu existencia:
tu disculpable impaciencia
la justifica tu edad:
es la vida que se va
con su carga de experiencia

Cuando veo tu figura
siempre vestida a la antigua,
que al bostezar te santiguas
con tu creyente ternura
me siento mas criatura
y sin saber,¡abuelita!
me dejas la monedita
de tu infinita ternura.



Alfonsina Storni
Alma desnuda

Soy un alma desnuda en estos versos, 
Alma desnuda que angustiada y sola 
Va dejando sus pétalos dispersos. 

Alma que puede ser una amapola, 
Que puede ser un lirio, una violeta, 
Un peñasco, una selva y una ola. 

Alma que como el viento vaga inquieta 
Y ruge cuando está sobre los mares, 
Y duerme dulcemente en una grieta. 

Alma que adora sobre sus altares, 
Dioses que no se bajan a cegarla; 
Alma que no conoce valladares. 

Alma que fuera fácil dominarla 
Con sólo un corazón que se partiera 
Para en su sangre cálida regarla. 

Alma que cuando está en la primavera 
Dice al invierno que demora: vuelve, 
Caiga tu nieve sobre la pradera. 

Alma que cuando nieva se disuelve 
En tristezas, clamando por las rosas 
con que la primavera nos envuelve. 

Alma que a ratos suelta mariposas 
A campo abierto, sin fijar distancia, 
Y les dice: libad sobre las cosas. 

Alma que ha de morir de una fragancia 
De un suspiro, de un verso en que se ruega, 
Sin perder, a poderlo, su elegancia. 

Alma que nada sabe y todo niega 
Y negando lo bueno el bien propicia 
Porque es negando como más se entrega. 

Alma que suele haber como delicia 
Palpar las almas, despreciar la huella, 
Y sentir en la mano una caricia. 

Alma que siempre disconforme de ella, 
Como los vientos vaga, corre y gira; 
Alma que sangra y sin cesar delira 
Por ser el buque en marcha de la estrella.

Lee todo en: Alma desnuda - Poemas de Alfonsina Storni http://www.poemas-del-alma.com/alma-desnuda.htm#ixzz2ctxat6RX


¿Cómo logra un poema escritor de manera creativa?
Los recursos poéticos son las herramientas que utilizan los poetas para darles un sentido más creativo a su escritura; dentro de los recursos más usados tenemos las rimas, personificaciones y comparaciones.
¿Qué característica te parece indispensable en un buen poeta?
Las poesías son un tipo de texto muy antiguo que sirve de modo de expresión para la creatividad humana. En este tipo de textos no se utiliza todo el renglón. Cada línea es un verso, el cual se relaciona con otro por medio de la rima. Muchos versos se agrupan en estrofas, las cuales conforman una poesía.
Cuando no se relaciona por medio de la rima se lo denomina verso libre.

Los recursos poéticos son las herramientas que utilizan los poetas para darle un sentido más creativo a su escritura; dentro de los recursos más usados tenemos las rimas, personificaciones y comparaciones. Las rimas ayudan a mantener el ritmo del poema, mientras que las personificaciones sirven para humanizar elementos. Estos recursos ayudan al poeta a plasmar toda su creatividad y sus sentimientos en la hoja.

Tips
http://storage.competir.com/post/estilo-ritmo-poesia/images/ico_tilde.gifPara saber si las palabras riman entre si debemos ver sus sílabas, es decir, si se repiten los finales de las palabras que están últimas en los versos.

http://storage.competir.com/post/estilo-ritmo-poesia/images/ico_tilde.gifLas rimas que repiten las mismas letras o sonidos en consonantes y vocales a partir de la última sílaba tónica del verso se llaman rimas consonantes o rimas perfectas.

http://storage.competir.com/post/estilo-ritmo-poesia/images/ico_tilde.gifLas rimas asonantes son las que sólo repiten vocales.

http://storage.competir.com/post/estilo-ritmo-poesia/images/ico_tilde.gifLa comparación como recurso literario poético establece una semejanza entre dos términos usando palabras nexos. Por ejemplo: como – tal – cual - o parece.

http://storage.competir.com/post/estilo-ritmo-poesia/images/ico_tilde.gifLas metáforas establecen una relación de igualdad entre los términos. No dicen una cosa directamente sino que la sugieren. Por ejemplo: “Las perlas de tú sonrisa” para referirse a los dientes.


Curiosidades:
Un tipo de poesía muy llamativa son los caligramas, poesías en las que las palabras representan con dibujos lo que dice la poesía. (Como los poemas: "Consumismo" y "El tiempo")


Algunos poemas para analizar:

"Caminante..."
(Antonio Machado 1917)
Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.

“Proverbios y cantares” trata sobre el paso del tiempo. Plantea el tema según el cual la vida es un camino  y que pasa inevitablemente.


Análisis del poema:
 Reflexiones para la lectura
"Caminante..."
La obra de Antonio Machado es un buen ejemplo del intento de un poeta por unir la función estética de la palabra con ideas profundas. En este poema,  Caminante, son tus huellas”, el ritmo y la función estética de la palabra están en función de un concepto filosófico.
  • Antonio Machado usa el verso popular de ocho sílabas, ¿Qué rima tienen los versos en este poema?
  • ¿En qué versos usa la sinalefa para mantener las ocho sílabas?
  • Dentro de los recursos que emplea Antonio Machado en este poema destaca la anáfora ¿Qué función tiene en el poema?
  • ¿Cómo interpreta usted el último verso y de qué manera lo relaciona al resto del poema?
  • ¿Qué desea expresar el poeta cuando dice en el verso cuatro “se hace camino al andar”?
Teoría:

La rima
Tipos de rima
Denominamos rima a la igualdad de los sonidos en las últimas palabras de dos o más versos a partir de la última vocal con acento de intensidad. La igualdad de los sonidos puede referirse a todas las letras a partir de la última vocal acentuada, o solamente a las letras vocales. Así, en una primera clasificación hablamos de rima consonante y de rima asonante. Otro tipo de clasificación hace referencia a cómo se combina la rima y entonces hablamos de rima continua, rima cruzada, rima abrazada, rima gemela, rima interna.
La rima se marca con letras mayúsculas (ABC) cuando se refiere a versos de arte mayor (versos de nueve o más sílabas), y con letras minúsculas (abc) cuando hacemos referencia a versos de arte menor (versos de ocho o menos sílabas).
  • Los versos tienen rima consonante cuando todos los sonidos son iguales a partir de la última vocal tónica:
Oye mi ruego Tú, Dios que no existes,             A
y en tu nada recoge estas mis quejas,                B
tú que a los pobres hombres nunca dejas          A
sin consuelo de engaño. No resistes                 B
(Miguel de Unamuno, “Oración del ateo”)
  • Los versos tienen rima asonante cuando sólo las vocales son iguales a partir de la última vocal tónica:
Llegué a la pobre cabaña          a
en días de primavera.              
 b
La niña triste cantaba,               a
la abuela hilaba en la rueca.     
 b
(Rubén Darío, “Rimas”)
  • Denominamos rima continua cuando los versos repiten la misma rima. En la época medieval fue muy frecuente el verso culto con rima continua consonante (AAA). La rima en los romances populares es continua y asonante en los versos pares (-a-a-a):
Estaba en medio un laurel anciano,                    A
los ramos bien espesos, el tronco muy sano,    
 A
cubría la tierra un vergel muy lozano:    
            A
siempre estaba verde invierno y verano.            A
(“Libro de Alexandre”)
—Compañero, compañero,      -
casóse mi linda amiga
            a
casóse con un villano,               -
que es lo que más me dolía.      a
Irme quiero a tornar moro         -
allende la morería;                    a
cristiano que allá pasare            -
yo le quitaré la vida.                 a
(Romance)
  • Denominamos rima cruzada o alterna cuando los versos de una estrofa riman el primero con el tercero y el segundo con el cuarto (ABAB):
Juventud divino tesoro,                         A
¡ya te vas para no volver!                     B
Cuando quiero llorar no lloro…            A
y a veces lloro sin querer.                     B
(Rubén Darío, “Canción de otoño en primavera”)
  • Denominamos rima abrazada cuando dos versos que riman, abrazan (encierran) a otros dos versos con la misma rima (ABBA):
Bajo el dosel de gigantesca roca                       A
yace el titán, cual Cristo en el Calvario,
            B
marmóreo, indiferente y solitario,                      B
sin que brote el gemido de su boca.                  A
(Julián del Casal, “Prometeo”)
·         Denominamos rima gemela o pareada a la que se establece entre dos versos seguidos. Es la rima en los pareados (estrofas de dos versos), pero también se usa en otras variedades estróficas, como en la octava real (en los versos siete y ocho).
No son símbolos vuestros las estrellas,
pues sois los dioses símbolos de ellas.
                              (Manuel Mantero)
La primavera ha venido.
Nadie sabe como ha sido.
         (Antonio Machado)

La personificación


La personificación (proposopeya) es una de las figuras literarias que existen, ésta se usa normalmente dentro de la poesía, pero también es común encontrarla en cuentos o relatos. Se le llama personificación ya que le da características de personas a objetos inanimados(animales, elementos naturales o objetos). La personificación es una figura retórica debido a que las frases se expresan de esta manera no pueden tomarse literalmente. 

Ejemplos:

1. ¡La tetera esta cantando!    Explicación:   El agua esta hirviendo.

2. Al abrir el horno, sentí que las galletas se pusieron su mejor perfume. Explicación: Las galletas huelen bien.

3. Los rayos del sol golpean mi cara. Explicación: Los rayos del sol llegan directamente a mi cara.

4. El despertador me grita todos los días. Explicación: El reloj suena todos los días.

La sinalefa
Denominamos sinalefa a la agrupación en una sílaba métrica de dos o más vocales pertenecientes a palabras distintas. Cuando una palabra termina en vocal y la palabra siguiente comienza con vocal, generalmente, las vocales se unen por razones fónico-rítmicas en una sílaba métrica. Puede haber sinalefa incluso cuando las palabras están separadas por un signo de puntuación. En el siguiente verso octosílabo de Espronceda hay dos casos de sinalefa:

·         Vien-to en po-pa, a to-da ve-la
  1       2     3      4    5   6    7  8   (en total este verso tiene 8 ocho)
(Es decir, por verso se cuenta la cantidad de sílabas, acá dan ocho, porque se unen las vocales del final de una palabra y el comienzo de otra)

El siguiente cuarteto de Vicente Gaos ejemplifica bien el uso de la sinalefa, con un acumulo, poco frecuente, de cuatro sinalefas en el último verso:
                 ¿Qué fue de tan-to a-mor por tan-ta da-ma?
só-lo ce-ni-zas de la in-men-sa pi-ra
se nu-bla la mi-ra-da, el cuer-po ex-pi-ra,
y el al-ma quie-re a-sir-se a la al-ta ra-ma.


Anáfora
La anáfora es una figura del lenguaje que consiste en la repetición de una o más palabras en lugares prominentes del verso en poesía o de la frase en prosa. Tradicionalmente se asocia la anáfora con la poesía y la repetición de una o más palabras al comienzo del verso. En este sentido hablamos de la anáfora en el soneto de Góngora que incluimos en la antología y que repite la palabra “mientras” al comienzo de los versos uno, tres, cinco y siete:
Mientras por competir con tu cabello
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;
mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano,
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello,

También hay un caso de anáfora en los siguientes versos de García Lorca del poema “La guitarra”:
Llora monótona
como llora el agua,
como llora el viento
sobre la nevada.

En este caso se repiten las tres primeras palabras en los versos dos y tres, pero es todavía más fuerte el sonido anafórico de la palabra “llora” en posición tónica en el primero, segundo y tercer verso. En realidad, las posibles combinaciones anafóricas sólo están limitadas por la creatividad del poeta.
Veamos como ejemplo el siguiente poema de Antonio Machado que incluimos también en la antología:

Caminante, son tus huellas
el
camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace
camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.

Este poema presenta gran riqueza de combinaciones anafóricas: a) el uso tradicional de la anáfora con la palabra “caminante” al comienzo de tres versos; b) el uso de la palabra “camino” al final de tres versos (recurso denominado epífora en los manuales profesionales); c) el uso anafórico de la palabra “camino” en los versos dos al cinco con las variantes de encontrarse la palabra “camino” una vez al comienzo del verso, una vez en el medio y dos veces al final.

La comparación o simil

1. Descripción o definición
La comparación es una figura literaria que expresa una similitud o semejanza entre dos elementos. Es un recurso literario parecido a la metáfora, pero se diferencian en que la comparación entrega una idea más clara de los elementos que se asemejan, para lo cual utiliza, generalmente, el nexo comparativo: “como”.
Dicho de otra manera, consiste en relacionar dos ideas, objetos, o un objeto y una idea, que se parecen entre sí. En la comparación o símil tienen que utilizarse enlaces comparativos o palabras que expresan semejanza (como, cual, tal, así, parecido a...).

Ejemplos:
Pelea como un león.
Tiembla como una hoja de papel.
Corre como relámpago.

La comparación la utilizamos tanto en situaciones cotidianas (Es sano como un yogurt; Es rápido como la velocidad de la luz; Es fuerte como un roble), así como, en el lenguaje literario, en cuentos, novelas y especialmente poemas.

Observa el siguiente ejemplo en un fragmento del poema Madre mía, de Gabriela Mistral.

Mi madre era pequeñita
como la menta o la hierba;
apenas echaba sombra
sobre las cosas, apenas,…

(Gabriela Mistral, en Antología verso y prosa; RAE, edición conmemorativa, 2010)

En términos formales, la comparación es la presentación de dos oraciones, en que la segunda – usualmente – enfatiza una característica de la primera a través del establecimiento de un símil. El segundo elemento (representativo) pretende dar una imagen concreta, viva, cercana, del primer elemento (real).

Ejemplo:
Poema 5
                        Pablo Neruda

Para que tú me oigas 
mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las playas.

Collar, cascabel ebrio
para tus manos suaves como las uvas.

Y las miro lejanas mis palabras.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.

Ellas trepan así por las paredes húmedas.
Eres tú la culpable de este juego sangriento.

Ellas están huyendo de mi guarida oscura.
Todo lo llenas tú, todo lo llenas.

Antes que tú poblaron la soledad que ocupas,
y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.

Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
para que tú las oigas como quiero que me oigas.

El viento de la angustia aún las suele arrastrar.
Huracanes de sueños aún a veces las tumban.
Escuchas otras voces en mi voz dolorida.
Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.
Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme.
Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.

Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras. 
Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.

Voy haciendo de todas un collar infinito
para tus blancas manos, suaves como las uvas.



En el ejemplo anterior, podemos observar varias comparaciones.
…se adelgazan a veces (las palabras) como las huellas de las gaviotas en las playas. 

La imagen usada por el poeta para representar la debilidad de las palabras, es las huellas de una gaviota en las playas, es decir, delgadas, casi imperceptibles. En los versos aludidos, el segundo término enfatiza la idea de delgadez. 
En la segunda estrofa, se comparan las manos de la mujer con la suavidad que tiene la textura de la uva (tus manos suaves como las uvas). 
En la tercera estrofa (las palabras) van trepando en mi viejo dolor como las yedras, el hablante lírico compara la forma de trepar de las palabras, que se aferran a su mundo interior, como la yedra, planta trepadora, se amarra  con fuerza a un elemento.


Completa e inventa otras comparaciones:
El ave es negra como ……………………
El canto de mi madre es dulce como …………….
La niña rubia como el sol del ……………………
Mi abuela es sabia como mi …………………….


Ejemplos:
Expliquen su significado.


Laura se puso roja como una manzana. 
Rodrigo es trabajador como una hormiga. 
Mario es rápido como una liebre.


Marquen las comparaciones en esta canción:
Sinfonía de cuna (Nicanor Parra)
                         
Una vez andando
por un parque inglés
con un angelorum
sin querer me hallé.


Buenos días, dijo,
yo le contesté,
él en castellano,
pero yo en francés.

Dites moi, don angel.
Comment va monsieur.


Él me dio la mano,
yo le tomé el pie
¡Hay que ver, señores,
cómo un ángel es!


Fatuo como el cisne,
frío como un riel,
gordo como un pavo,
feo como usted.


Susto me dio un poco,
pero no arranqué.


Le busqué las plumas,
plumas encontré,
duras como el duro
cascarón de un pez.

¡Buenas con que hubiera
sido Lucifer!

Se enojó conmigo,
me tiró un revés
con su espada de oro,
yo me le agaché.


Ángel más absurdo
no volveré a ver.
Muerto de la risa
dije good bye sir,
siga su camino,
que le vaya bien,
que la pise el auto,
que la mate el tren.

Ya se acabó el cuento,
uno, dos y tres.

http://www.nicanorparra.uchile.cl/antologia/poemasyantipoemas/sinfoniacuna.h

Las poesías también se caracterizan por incluir muchas imágenes sensoriales. Estas son sensaciones expresadas por medio de la palabra y que transmiten esos sentimientos y emociones al lector. Hay palabras que figuran imágenes y que transmiten sensaciones.

Imágenes sensoriales

 Las imágenes son expresiones que transmiten sensaciones que pueden ser recibidas a través de los sentidos:
 • visuales: referidas a la vista.    Ejemplo: La mariposa es amarilla y negra.

 • auditivas: referidas al oído.      Ejemplo: Las aves bulliciosas dijeron sus canciones ignoradas.

 • táctiles: referidas al tacto.        Ejemplo: Adore la tez suave de tu rostro.

 • gustativas: referidas al gusto.   Ejemplo: El perfecto sabor de la fruta fresca.

 • olfativas: referidas al olfato.     Ejemplo: La violeta te dio su adorable perfume.



  Más ejemplos de imágenes sensoriales


 Con su algarabía las gaviotas anuncian su retorno”… (Ortiz, 1995: 34). Representa una imagen sensorial auditiva. 

 “Observa que ha llovido”… (Ortiz, 1995:34). Representa una imagen sensorial visual.

“Observa las espléndidas vitrinas”… (Ortiz, 1995: 34). Representa una imagen sensorial visual. 

visual: He visto cuatro niños jugando en una plaza mientras tomaba café en una terraza. Cuatro niños, tres razas diferentes y un mismo juego, al que curiosamente solía juga yo también cuando tenía su edad. 

olfativa: Al entrar a la cocina el aroma me ha hecho retroceder en el tiempo, uno de esas especialidades que enaltecemos de niños convencidos que sólo pueden ser degustadas en casa.

gustativa: Breve zambullida en la piscina, trago un poco de agua. Hay quien dice que el agua de piscina sabe a cloro, a mí hoy me ha parecido que sabe a verano.

táctil: Lo acaricio con ternura y se sienta sobre el césped.


auditiva: Una cálida voz al otro lado del teléfono me dice que alguien espera impaciente mi vuelta a Barcelona.

viernes, 23 de agosto de 2013

CUENTOS POLICIALES

Proyecto: Cuento policial 

Grado: 7mo. turno tarde.
Docente: Alba Fuks

Comenzamos el proyecto policial viendo la primera película: 

"El detective Monk"

Definimos: autor-tipo de narrador-características del detective-género policial-si es un cuento o fue llevada directamente a cine- Es una adaptación o no-

Autores nacionales: Los alumnos trabajaron con fotocopias de los cuentos.


"El crimen casi perfecto" Roberto Arlt

Autores internacionales

Primero leímos el cuento: "Doble de Pista" de Aghata Christie

DOBLE PISTA

—Por encima de todo que no haya publicidad —dijo el señor Marcus Hardman por decimocuarta vez.
La palabra «publicidad» salió durante su conversación con la regularidad de un leimotif. El señor Hardman era un hombre bajo, regordete, con manos exquisitamente manicuradas y quejumbrosa voz de tenor. El hombre gozaba de cierta celebridad, y la vida ociosa de la sociedad opulenta constituía su profesión. Rico, aunque no un creso, gastaba celosamente su dinero en los placeres que proporcionan las reuniones sociales. Tenía alma de coleccionista y su pasión eran los encajes, abanicos y joyas, cuanto más antiguos mejor. Para el señor Marcus lo moderno carecía de valor.
Poirot y yo acudimos a su cita y lo hallamos debatiéndose en una agonía de indecisión. Debido a las circunstancias, llamar a la policía le resultaba incómodo. Por otra parte, no llamarla era aceptar la pérdida de unas gemas de su colección. Poirot fue la solución.
—Mis rubíes, monsieur Poirot y el collar de esmeraldas, que pertenecieron a Catalina de Médicis. ¡Sobre todo el collar de esmeraldas!
—¿Y si me explicase las circunstancias de su desaparición? —sugirió Poirot.
—Intento hacerlo. Ayer por la tarde di un pequeño té íntimo a media docena de personas. Era el segundo de la temporada y, si bien no debería decirlo, constituyeron todo un éxito. Buena música... Nacoa, el pianista, y Katherine Bird, contralto australiana.
»Bueno, a primeras horas de la tarde, enseñé a mis invitados la colección de joyas medievales, que guardo en una pequeña caja de caudales, dispuesta a modo de estuche forrado de terciopelo de color. Esto hace que las piedras luzcan más. Después contemplamos los abanicos ordenados en una vitrina. Y, a continuación, pasamos al estudio para oír música.
»Cuando todos se hubieron marchado, descubrí la caja vacía. Debí cerrarla mal y alguno aprovechó la oportunidad para llevarse su contenido. ¡Los rubíes, monsieur Poirot, el collar de esmeraldas... la colección de toda una vida! ¿Qué no daría por recuperarla? Sin embargo, ha de ser sin publicidad. ¿Entiende eso bien, monsieur Poirot? Son mis invitados, mis propios amigos. ¡Sería un escándalo!
—¿Quién fue el último en salir de esta habitación para ir al estudio?
—El señor Johnston. ¿Lo conoce? El millonario sudafricano. Vive en Abbotbury, en Park Lane. Se rezagó unos minutos, lo recuerdo. Pero, ¡seguro que no es él!
—¿Alguno de sus invitados regresó más tarde con algún pretexto?
—Esperaba esta pregunta, monsieur Poirot. Sí, tres de ellos: la condesa Vera Rossakoff, el señor Bernard Parker y lady Runcorn.
—Bien, cuente algo sobre ellos.
—La condesa Rossakoff es una rusa encantadora, miembro del antiguo régimen. Hace poco que vive en este país. Se había despedido de mí y, por lo tanto, me sorprendió encontrarla en esta habitación, aparentemente mirando hechizada mi vitrina de abanicos. ¿Sabe una cosa, señor Poirot? Cuanto más pienso en ello, más sospechoso me parece. ¿Usted qué dice a eso?
—Sí, es muy sospechosa; pero hábleme de los otros.
—Parker vino a recoger una caja de miniaturas que yo deseaba mostrar a lady Runcorn.
—¿Y lady Runcorn?
—Lady Runcorn es una señora de mediana edad que invierte la mayor parte de su tiempo en asuntos de caridad. Ella regresó a recoger su bolso que se había dejado en alguna parte.
—Bien, monsieur. Así, pues, tenemos cuatro posibles sospechosos. La condesa rusa, la gran dame inglesa, el millonario sudafricano y el señor Bernard Parker. ¿Qué es el señor Parker?
La pregunta pareció aturdir al señor Hardman.
—Es... un joven... bueno, un joven que conozco.
—Eso ya me lo imagino —replicó Poirot—. ¿A qué se dedica?
—Verá... frecuenta los casinos... claro que no navega muy bien, ¿me comprende?
—¿Puedo preguntar cómo se hizo amigo suyo?
—Pues... en una o dos ocasiones ha realizado pequeños encargos míos.
—Continúe, monsieur.
Hardman lo miró lastimeramente. Desde luego, lo último que deseaba era continuar. No obstante, el inexorable silencio de Poirot le hizo hablar.
—Verá... monsieur; usted ya conoce mi interés por las joyas antiguas. A veces surgen herencias familiares..., en fin, son joyas que nunca se venderían en el mercado o a través de un profesional. Ahora bien, esas familias se avienen cuando saben que son para mí. Parker arregla los detalles, sirve de puente y evita situaciones embarazosas. Por ejemplo, la condesa Rossakoff ha traído algunas joyas de Rusia y quiere venderlas. Parker es el encargado de tramitar los detalles de la operación.
—Comprendo —dijo Poirot pensativo—. ¿Y usted confía plenamente en él?
—No tengo motivos para otra cosa.
—Señor Hardman, de estas cuatro personas, ¿de cuál sospecha usted?
—¡Monsieur Poirot, qué pregunta! Son mis amigos. En realidad no sospecho de ninguno en particular, y, a la vez, sospecho de todos.
—No estoy de acuerdo. Usted piensa en uno de los cuatro. No en la condesa Rossakoff, ni en el señor Parker. Luego ha de ser lady Runcorn o el señor Johnston.
—Me acorrala, monsieur Poirot. Quiero que, sobre todo, se evite el escándalo. Lady Runcorn pertenece a una de las más antiguas familias de Inglaterra, pero, desgraciadamente, una tía suya, lady Carolina, padecía de... de una grave afección de cleptomanía. Claro que todos sus amigos lo sabían y nadie la censuró jamás. Su doncella devolvía las cucharillas, o lo que fuera, lo antes posible. ¿Me comprende?
—Sí. La tía de lady Runcorn era cleptómana. Muy interesante. Bien, ¿me permite que examine la caja de caudales?
Poco después Poirot abría la caja para examinar su interior. Los estantes forrados de terciopelo nos miraron con sus vacías cuencas.
—La puerta no cierra bien —murmuró Poirot, moviéndola de un lado a otro—. ¿Por qué? ¡Caramba! ¿Qué tenemos aquí? ¡Un guante cogido del gozne! Un guante de hombre.
Lo tendió al señor Hardman.
—No es mío.
—¡Aja! ¡Algo más! —Poirot extrajo un pequeño objeto del fondo de la caja. Era una cigarrera plana, hecha de moaré negro.
—¡Mi cigarrera! —gritó el señor Hardman.
—¿Suya? No, señor. Éstas no son sus iniciales.
Le enseñó dos letras de platino entrelazadas. Hardman la cogió.
—Tiene usted razón. Es muy parecida a la mía, pero las iniciales son distintas. Una «P» y una «B». ¡Cielos! ¡Es de Parker!
—Un joven muy descuidado, especialmente si el guante es suyo también —dijo Poirot—. Una doble pista. ¿No le parece?
—¡Bernard Parker! —murmuró Hardman—. ¡Qué alivio! Bien, monsieur Poirot, espero que recupere las joyas. Recurra a la policía si lo considera necesario. Claro, siempre que esté seguro de su culpabilidad.

—¿Ve, amigo mío? —me dijo Poirot mientras salíamos de la casa—. Hardman mide con una vara a los nobles y con otra a los plebeyos. Yo aún no he sido agraciado con un título, por lo tanto estoy en el bando de los últimos. Eso hace que me sienta inclinado favorablemente hacia el joven Parker. Cuando Hardman sospecha de lady Runcorn, de la condesa y de Johnston, resulta que hay pruebas contrarias a nuestro hombre.
—Y usted, ¿por qué sospecha de los otros dos?
—Parbleu! Es muy fácil ser condesa rusa exiliada y millonario sudafricano. Cualquier mujer puede llamarse a sí misma condesa y nada prohíbe que un hombre adquiera una casa en Park Lane y se diga millonario sudafricano. ¿Quién va a contradecirles? Estamos en la calle Bury. Nuestro descuidado joven vive aquí. Como se suele decir, golpeemos el hierro caliente.
Parker estaba en casa. Lo encontramos reclinado sobre almohadones, con un llamativo batín púrpura y naranja. Raras veces he sentido tan desagradable impresión como la experimentada al ver a este joven de rostro blanco, afeminado y de lenguaje pomposo.
—Buenos días, monsieur —dijo Poirot—. Vengo de casa del señor Hardman. Ayer, durante la fiesta, alguien robó todas sus joyas. Dígame, ¿este guante es suyo?
Los reflejos del joven, parecían embotados. Necesitó demasiado tiempo para estudiarlo, como si tratase de ganar minutos para así ordenar sus ideas. Al fin preguntó:
—¿Dónde lo encontró?
—¿Es suyo, monsieur?
El señor Parker se decidió:
—No, no lo es.
—¿Y esta cigarrera es suya?
—Tampoco. Siempre llevo una de plata.
—Muy bien, monsieur. Pondré el asunto en manos de la policía.
—¡Yo no haría eso si fuese usted! —gritó Parker—. ¡Recurrir a una gente tan antipática! Espere un poco. Iré a ver al viejo Hardman.
Seguí a Poirot, que se marchó sin hacerle caso.
—Le hemos dado algo en qué pensar —se rió—. Mañana sabremos lo ocurrido.
Sin embargo, el destino se empeñó en recordar el asunto Hardman aquella tarde. Sin previa advertencia, la puerta se abrió para dar paso a un torbellino de forma de mujer que vino a romper nuestra intimidad. La condesa Vera Rossakoff tenía una personalidad turbadora.
—¿Es usted monsieur Poirot? ¿Cómo se atreve a culpar a ese pobre muchacho? ¡Es una infamia! Ese joven es un polluelo, un cordero. ¡Jamás robaría! No pienso permitir que sea martirizado.
—Dígame, madame, ¿esta cigarrera es de él? —Poirot le enseñó la cigarrera de moaré negro.
La condesa empleó un momento en inspeccionarla.
—Sí, es suya. La conozco muy bien. ¿Y qué? ¿La encontró en casa del señor Hardman? Debió de perderla allí. Ustedes, los policías, son peores que la guardia roja.
—¿Es suyo este guante?
—¿Cómo voy a saberlo? Un guante se parece mucho a otro. Eso no justifica que se le prive de libertad. Tienen que aclarar su inocencia. ¿Lo hará usted? Venderé mis joyas y le pagaré bien por ello.
—Madame...
—¿De acuerdo, pues? No, no discuta. ¡Pobre muchacho! Vino a mí con lágrimas en los ojos. «Yo le salvaré —le dije—. ¡Iré a ver a ese hombre, a ese ogro, a ese monstruo!» Ahora ya está resuelto. Me voy.
Con la misma ceremonia que había entrado, desapareció de la estancia, dejando un intenso perfume de naturaleza exótica tras sí.
—¡Vaya mujer! —exclamé—. ¡Y qué pieles lleva!
—Sí, son auténticas. Una condesa falsificada no llevaría pieles auténticas. Hastings, realmente es rusa. Bien, bien, ahora resulta que nuestro joven fue sangrando a ella.
—La cigarrera es de él. Me gustaría saber si también lo es el guante.
Con una sonrisa Poirot se sacó del bolsillo un segundo guante y lo colocó junto al primero. Obviamente, se trataba del mismo par de guantes.
—¿Dónde lo consiguió, Poirot?
—Estaba con un bastón sobre la mesa del vestíbulo en la calle Bury. De veras, monsieur Parker es un joven muy descuidado. Bien, bien, mon ami. Sólo para cubrir el expediente haremos una visita a Park Lane.
Acompañé a mi amigo. Johnston no estaba, pero sí su secretario particular. Éste nos dijo que Johnston hacía poco que había regresado de Sudáfrica. En realidad nunca estuvo antes en Inglaterra.
—¿Le interesan las piedras preciosas? —preguntó Poirot.
—Las minas de oro, en todo caso, señores —se rió el secretario.
Poirot salió de la entrevista pensativo. Aquella noche lo encontré estudiando una gramática rusa.
—¡Cielos, Poirot! ¿Aprende ruso para conversar con la condesa en su propio idioma?
—Ciertamente no escucharía mi inglés, amigo mío.
—Los rusos de buena cuna hablan francés —dije yo.
—Es usted una mina de información, Hastings. Bien, renunciaré a los laberintos del alfabeto ruso.
Tiró el libro con gesto dramático. A mí no me satisfizo su modo de obrar, si bien advertí su peculiar parpadeo, signo inequívoco de que se hallaba satisfecho consigo mismo.
—¿Duda de que realmente sea rusa? ¿Piensa comprobarlo? —pregunté.
—Sé que es rusa.
—¿Cómo lo sabe?
—Si quiere distinguirlo personalmente, Hastings, le recomiendo Los primeros pasos de ruso; es una ayuda valiosísima.
Luego se rió y ya no dijo nada más. Recogí el libro del suelo y me puse a curiosearlo, pero fui incapaz de sacar algo en claro.
En la siguiente mañana no hubo noticias nuevas. Esto no pareció preocupar a mi amigo. A la hora del desayuno me anunció su propósito de visitar al señor Hardman. Lo encontramos en su casa con aspecto más tranquilo que el día anterior.
—Bien, monsieur Poirot, ¿hay noticias? —preguntó ansioso.
Poirot le tendió una hoja de papel.
—Aquí tiene escrito el nombre de la persona que robó las joyas. ¿Pongo el asunto en manos de la policía? ¿O prefiere usted que recupere las joyas sin que intervengan los estamentos oficiales?
El señor Hardman miraba el papel. Al fin dijo:
—¡Sorprendente! Prefiero soslayar un posible escándalo. Le concedo carta blanca, monsieur Poirot. Estoy seguro de que será discreto.
Un taxi nos condujo al hotel Carlton, donde Poirot se hizo anunciar a la condesa Rossakoff. Minutos después nos hallábamos en sus dependencias. La condesa salió a nuestro encuentro con las manos extendidas, envuelta en un bello conjunto de dibujos primitivos.
—¡Monsieur Poirot! —exclamó—. ¿Lo ha conseguido? ¿Está ya libre de acusación el pobre infante?
—Madame la comtesse, su amigo el señor Parker es inocente.
—¡Es usted un hombrecillo inteligente! ¡Soberbio! Y, además, muy rápido.
—También he prometido al señor Hardman que las joyas le serán devueltas hoy.
—¿Ah, sí?
—Madame, le agradecería muchísimo que me las entregase sin demora. Lamento tener que presionarla, pero me espera un taxi por si es necesario ir a Scotland Yard. Nosotros los belgas, madame, practicamos ese deporte que se llama economía.
La condesa había encendido un cigarrillo. Durante unos segundos quedó inmóvil, soplando anillas de humo, con los ojos fijos en Poirot. Luego estalló en carcajadas, se puso en pie, se encaminó hasta su secreter, abrió un cajón y sacó un bolso de seda negro, que echó a Poirot.
El tono de su voz fue suave, y con cierto deje de indiferencia.
—Nosotros los rusos, por el contrario, practicamos la prodigalidad.  Y para esto,  desgraciadamente,  se  necesita dinero. No es preciso que mire su interior. Están todas.
Poirot se levantó.
—Le felicito, madame, por su inteligencia y prontitud.
—Puesto que le aguarda un taxi, ¿puedo ayudarle...?
—Es usted muy amable, madame. ¿Se queda mucho tiempo en Londres?
—Temo que no, debido a usted.
—Acepte mis excusas.
—¿Nos veremos en otra ocasión?
—Así lo espero.
—Yo no lo deseo —exclamó la condesa riéndose—. El mío es un gran cumplido; hay muy pocos hombres en el mundo a quienes yo tema. Adiós, monsieur Poirot.
—Adiós, madame la comtesse. Ah, disculpe, me olvidaba; permítame que le devuelva su cigarrera.
Y con una inclinación, le entregó la pequeña cigarrera negra de moaré que habíamos hallado en la caja. La aceptó sin ningún cambio de expresión, salvo una ceja levantada al murmurar:
—Comprendo.

—¡Vaya mujer! —gritó Poirot entusiasmado mientras descendíamos las escaleras—. Mon Dieu, quelle femme! ¡Ni una palabra de protesta, ni una exclamación de protesta! Una mirada, y ya ha sabido cuál era su situación. Hastings, una mujer que encaja la derrota con una sonrisa, llega muy lejos. Es peligrosa; tiene los nervios de acero.
Su entusiasmo no le permitió ver dónde pisaba y su tropezón fue más que aparatoso.
—Será mejor que modere sus ánimos y mire dónde pisa —sugerí—, ¿Cuándo sospechó de la condesa?
—Mon ami, el guante y la cigarrera constituían una doble pista demasiado clara. Bernard Parker podía extraviar una de las dos cosas, pero no ambas. Por otra parte, si alguien hubiese intentado que las sospechas recayesen sobre Parker, con una sola tenía suficiente. Eso me llevó a la conclusión de que uno de los dos objetos no era de él.
»Al principio le supuse dueño de la cigarrera. Ahora bien, tan pronto supe que el guante era suyo, intuí a quién pertenecía la otra pieza. ¿De quién, pues, era la cigarrera? Lady Runcorn quedó descartada en el caso, ya que las iniciales no coincidían. ¿El señor Johnston? Sólo si utilizaba un nombre falso. Sin embargo, la entrevista que sostuvimos con su secretario me proporcionó la evidencia de su situación legal. Luego, el señor Johnston nada tenía que ver con el asunto.
»¿La condesa, pues? Ella había traído joyas de Rusia, y le bastaba con sacar las piedras de sus monturas. Realmente hubiera sido muy difícil reconocerlas luego.
»Nada más fácil para la condesa que apropiarse de uno de los guantes de Parker, dejados en el vestíbulo aquel día, y olvidárselo en la caja. Claro es que no tuvo el propósito de abandonar también su propia cigarrera.
—Pero si la cigarrera es suya, ¿por qué tiene las iniciales «B. P.»? Las suyas son «V. R.».
Poirot se sonrió.
—Exacto, mon ami. Sólo que en el alfabeto ruso, B es V y P es R.                                                        
—¡Oh! ¿No esperaría que yo adivinase eso? No se ruso.
—Ni yo, Hastings. Por esto compré aquel librito... y le sugerí que lo repasase.
Suspiré, vencido una vez más.
Después de un breve silencio, Poirot continuó:
—¡Una mujer extraordinaria! Tengo un presentimiento, amigo mío. Sí, presiento que volveré a encontrármela en algún sitio. ¿Dónde? ¡No lo

Ahora aquí la película "Doble de Pista"
Luego de ver la película debatiremos:
 ¿Qué les gustó más: el cuento o la película?
¿Por qué ?
¿Qué ganó y qué sienten que perdió?





Cuestiones interesantes a tratar:
-Tipo de narrador
-Tipo de detective y ayudante (características)
-Comparación con autores de policiales nacionales que hemos leído.
-Uso de la descripción para detener el tiempo de la acción.
-Conocer otro estilo y compararlo con autores anteriormente leídos.
-Pistas
-Resolución del caso.
-Móvil

El criterio de la víctima del hurto condiciona la solución del caso

La revolución rusa de 1917, exilió a los nobles por el resto de Europa con sus economías mermadas. Salvaron algo de su fortuna y se relacionaron con millonarios, empresarios, quienes estaban fascinados por el contacto con estos aristócratas. Hardman posee un sesgo social, para él, el ladrón es Parker, por ser plebeyo y aficionado al casino, con esta visión, le parece inconcebible que la condesa Rossakoff sea la autora del hurto. Esta mujer, descubierta por Poirot, no pierde la calma, devuelve las joyas y muestra cooperación. Poirot admira su decisión y para evitar el escándalo periodístico que temía Hardman no entrega a la condesa a la policía. Él siempre cerebral llegó a descubrir que la cigarrera de plata correspondía en ruso a las iniciales de la condesa.

Hastings es un observador del procedimiento analítico de Poirot, ninguno de ellos sabe ruso, pero el detective belga lee unas primeras lecciones para encaminarse a la solución del caso, pues hay un margen de duda sobre la identidad de la condesa, sin embargo esta duda se disipa al final. Para la lógica de Poirot, dos pistas no podían ser dejadas ni siquiera accidentalmente por una misma persona, el caso parece sencillo conforme el detective descarta culpables y depura las ramas de su árbol de decisiones. También es una constante en estos relatos la calma de Poirot, quien gracias a su temperamento resuelve casos evitando la violencia.


Próximamente leeremos: EL CARBUNCLO AZUL Sir Arthur Conan Doyle

EL CARBUNCLO AZUL LIBRO VIRTUAL


Un caso de identidad: (Otro cuento con Sherlock Holmes) Versión original

-Querido amigo -dijo Sherlock Holmes mientras nos sentamos a uno y otro lado de la chimenea en sus aposentos de la calle Baker-. La vida es infinitamente más extraña que cualquier cosa que pueda inventar la mente humana. No nos atreveríamos a imaginar ciertas cosas que en realidad son de lo más corriente. Si pudiéramos salir volando por esa ventana, cogidos de la mano, sobrevolar esta gran ciudad, levantar con cuidado los tejados y espiar todas las cosas raras que pasan, las extrañas coincidencias, las intrigas, los engaños, los prodigiosos encadenamientos de circunstancias que se extienden de generación en generación y acaban conduciendo a los resultados más extravagantes, nos parecería que las historias de ficción, con sus convencionalismos y sus conclusiones sabidas de antemano, son algo trasnochado e insípido.

-Pues yo no estoy convencido de eso -repliqué-. Los casos que salen a la luz en los periódicos son, como regla general, bastante prosaicos y vulgares. En los informes de la policía podemos ver el realismo llevado a sus últimos límites y, sin embargo, debemos confesar que el resultado no tiene nada de fascinante ni de artístico.

-Para lograr un efecto realista es preciso ejercer una cierta selección y discreción -contestó Holmes-. Esto se echa de menos en los informes policiales, donde se tiende a poner más énfasis en las perogrulladas del magistrado que en los detalles, que para una persona observadora encierran toda la esencia vital del caso. Puede creerme, no existe nada tan antinatural como lo absolutamente vulgar.

Sonreí y negué con la cabeza.

-Entiendo perfectamente que piense usted así -dije-. Por supuesto, dada su posición de asesor extraoficial, que presta ayuda a todo el que se encuentre absolutamente desconcertado, en toda la extensión de tres continentes, entra usted en contacto con todo lo extraño y fantástico. Pero veamos -recogí del suelo el periódico de la mañana-, vamos a hacer un experimento práctico. El primer titular con el que me encuentro es: «Crueldad de un marido con su mujer». Hay media columna de texto, pero sin necesidad de leerlo ya sé que todo me va a resultar familiar. Tenemos, naturalmente, a la otra mujer, la bebida, el insulto, la bofetada, las lesiones, la hermana o casera comprensiva. Ni el más ramplón de los escritores podría haber inventado algo tan ramplón.

-Pues resulta que ha escogido un ejemplo que no favorece nada a su argumentación -dijo Holmes, tomando el periódico y echándole un vistazo-. Se trata del proceso de separación de los Dundas, y da la casualidad de que yo intervine en el esclarecimiento de algunos pequeños detalles relacionados con el caso. El marido era abstemio, no existía otra mujer, y el comportamiento del que se quejaba la esposa consistía en que el marido había adquirido la costumbre de rematar todas las comidas quitándose la dentadura postiza y arrojándosela a su esposa, lo cual, estará usted de acuerdo, no es la clase de acto que se le suele ocurrir a un novelista corriente. Tome una pizca de rapé, doctor, y reconozca que me he apuntado un tanto con este ejemplo suyo.

Me alargó una cajita de rapé de oro viejo, con una gran amatista en el centro de la tapa. Su esplendor contrastaba de tal modo con las costumbres hogareñas y la vida sencilla de Holmes que no pude evitar un comentario.

-¡Ah! -dijo-. Olvidaba que llevamos varias semanas sin vernos. Es un pequeño recuerdo del rey de Bohemia, como pago por mi ayuda en el caso de los documentos de Irene Adler.

-¿Y el anillo? -pregunté, mirando un precioso brillante que refulgía sobre su dedo.

-Es de la familia real de Holanda, pero el asunto en el que presté mis servicios era tan delicado que no puedo confiárselo ni siquiera a usted, benévolo cronista de uno o dos de mis pequeños misterios.

-¿Y ahora tiene entre manos algún caso? -pregunté interesado.

-Diez o doce, pero ninguno presenta aspectos de interés. Ya me entiende, son importantes, pero sin ser interesantes. Precisamente he descubierto que, por lo general, en los asuntos menos importantes hay mucho más campo para la observación y para el rápido análisis de causas y efectos, que es lo que da su encanto a las investigaciones. Los delitos más importantes suelen tender a ser sencillos, porque cuanto más grande es el crimen, más evidentes son, como regla general, los motivos. En estos casos, y exceptuando un asunto bastante enrevesado que me han mandado de Marsella, no hay nada que presente interés alguno. Sin embargo, es posible que me llegue algo mejor antes de que pasen muchos minutos porque, o mucho me equivoco, o ésa es una cliente.

Se había levantado de su asiento y estaba de pie entre las cortinas separadas, observando la gris y monótona calle londinense. Mirando por encima de su hombro, vi en la acera de enfrente a una mujer grandota, con una gruesa boa de piel alrededor del cuello, y una gran pluma roja ondulada en un sombrero de ala ancha que llevaba inclinado sobre la oreja, a la manera coquetona de la duquesa de Devonshire. Bajo esta especie de palio, la mujer miraba hacia nuestra ventana, con aire de nerviosismo y de duda, mientras su cuerpo oscilaba de delante a atrás y sus dedos jugueteaban con los botones de sus guantes. De pronto, con un arranque parecido al del nadador que se tira al agua, cruzó presurosa la calle y oímos el fuerte repicar de la campanilla.

-Conozco bien esos síntomas -dijo Holmes, tirando su cigarrillo a la chimenea-. La oscilación en la acera significa siempre un affaire du coeur. Necesita consejo, pero no está segura de que el asunto no sea demasiado delicado como para confiárselo a otro. No obstante, hasta en esto podemos hacer distinciones. Cuando una mujer ha sido gravemente perjudicada por un hombre, ya no oscila, y el síntoma habitual es un cordón de campanilla roto. En este caso, podemos dar por supuesto que se trata de un asunto de amor, pero la doncella no está verdaderamente indignada, sino más bien perpleja o dolida. Pero aquí llega en persona para sacarnos de dudas.

No había acabado de hablar cuando sonó un golpe en la puerta y entró un botones anunciando a la señorita Mary Sutherland, mientras la dama mencionada se cernía sobre su pequeña figura negra como un barco mercante, con todas sus velas desplegadas, detrás de una barquichuela. Sherlock Holmes la acogió con la espontánea cortesía que le caracterizaba y, después de cerrar la puerta e indicarle con un gesto que se sentara en una butaca, la examinó de aquella manera minuciosa y a la vez abstraída, tan peculiar en él.

-¿No le parece -dijo- que siendo corta de vista es un poco molesto escribir tanto a máquina?

-Al principio, sí -respondió ella-, pero ahora ya sé dónde están las letras sin necesidad de mirar.

Entonces, dándose cuenta de pronto de todo el alcance de las palabras de Holmes, se estremeció violentamente y levantó la mirada, con el miedo y el asombro pintados en su rostro amplio y amigable.

-¡Usted ha oído hablar de mí, señor Holmes! -exclamó-. ¿Cómo, si no, podría usted saber eso?

-No le dé importancia -dijo Holmes, echándose a reírSaber cosas es mi oficio. Es muy posible que me haya entrenado para ver cosas que los demás pasan por alto. De no ser así, ¿por qué iba usted a venir a consultarme?

-He acudido a usted, señor, porque me habló de usted la señora Etherege, a cuyo marido localizó usted con tanta facilidad cuando la policía y todo el mundo le habían dado ya por muerto. ¡Oh, señor Holmes, ojalá pueda usted hacer lo mismo por mí! No soy rica, pero dispongo de una renta de cien libras al año, más lo poco que saco con la máquina, y lo daría todo por saber qué ha sido del señor Hosmer Angel.

-¿Por qué ha venido a consultarme con tantas prisas? -preguntó Sherlock Holmes, juntando las puntas de los dedos y con los ojos fijos en el techo.

De nuevo, una expresión de sobresalto cubrió el rostro algo inexpresivo de la señorita Mary Sutherland.

-Sí, salí de casa disparada -dijo- porque me puso furiosa ver con qué tranquilidad se lo tomaba todo el señor Windibank, es decir, mi padre. No quiso acudir a la policía, no quiso acudir a usted, y por fin, en vista de que no quería hacer nada y seguía diciendo que no había pasado nada, me enfurecí y me vine derecha a verle con lo que tenía puesto en aquel momento.

-¿Su padre? -dijo Holmes-. Sin duda, querrá usted decir su padrastro, puesto que el apellido es diferente.

-Sí, mi padrastro. Le llamo padre, aunque la verdad es que suena raro, porque sólo tiene cinco años y dos meses más que yo.

-¿Vive su madre?

-Oh, sí, mamá está perfectamente. Verá, señor Holmes, no me hizo demasiada gracia que se volviera a casar tan pronto, después de morir papá, y con un hombre casi quince años más joven que ella. Papá era fontanero en Tottenham, Court Road, y al morir dejó un negocio muy próspero, que mi madre siguió manejando con ayuda del señor Hardy, el capataz; pero cuando apareció el señor Windibank, la convenció de que vendiera el negocio, pues el suyo era mucho mejor: tratante de vinos. Sacaron cuatro mil setecientas libras por el traspaso y los intereses, mucho menos de lo que habría conseguido sacar papá de haber estado vivo.

Yo había esperado que Sherlock Holmes diera muestras de impaciencia ante aquel relato intrascendente e incoherente, pero vi que, por el contrario, escuchaba con absoluta concentración.

-Esos pequeños ingresos suyos -preguntó-, ¿proceden del negocio en cuestión?

-Oh, no señor, es algo aparte, un legado de mi tío Ned, el de Auckland. Son valores neozelandeses que rinden un cuatro y medio por ciento. El capital es de dos mil quinientas libras, pero yo sólo puedo cobrar los intereses.

-Eso es sumamente interesante -dijo Holmes-. Disponiendo de una suma tan elevada como son cien libras al año, más el pico que usted gana, no me cabe duda de que viajará usted mucho y se concederá toda clase de caprichos. En mi opinión, una mujer soltera puede darse la gran vida con unos ingresos de sesenta libras.

-Yo podría vivir con muchísimo menos, señor Holmes, pero comprenderá usted que mientras siga en casa no quiero ser una carga para ellos, así que mientras vivamos juntos son ellos los que administran el dinero. Por supuesto, eso es sólo por el momento. El señor Windibank cobra mis intereses cada trimestre, le da el dinero a mi madre, y yo me las apaño bastante bien con lo que gano escribiendo a máquina. Saco dos peniques por folio, y hay muchos días en que escribo quince o veinte folios.

-Ha expuesto usted su situación con toda claridad -dijo Holmes-. Le presento a mi amigo el doctor Watson, ante el cual puede usted hablar con tanta libertad como ante mí mismo. Ahora, le ruego que nos explique todo lo referente a su relación con el señor Hosmer Angel.

El rubor se apoderó del rostro de la señorita Sutherland, que empezó a pellizcar nerviosamente el borde de su chaqueta.

-Le conocí en el baile de los instaladores del gas -dijo-. Cuando vivía papá, siempre le enviaban invitaciones, y después se siguieron acordando de nosotros y se las mandaron a mamá. El señor Windibank no quería que fuéramos. Nunca ha querido que vayamos a ninguna parte. Se ponía como loco con que yo quisiera ir a una fiesta de la escuela dominical. Pero esta vez yo estaba decidida a ir, y nada me lo iba a impedir. ¿Qué derecho tenía él a impedírmelo? Dijo que aquella gente no era adecuada para nosotras, cuando iban a estar presentes todos los amigos de mi padre. Y dijo que yo no tenía un vestido adecuado, cuando tenía uno violeta precioso, que prácticamente no había sacado del armario. Al final, viendo que todo era en vano, se marchó a Francia por asuntos de su negocio, pero mamá y yo fuimos al baile con el señor Hardy, nuestro antiguo capataz, y allí fue donde conocí al señor Hosmer Angel.

-Supongo -dijo Holmes- que cuando el señor Windibank regresó de Francia, se tomaría muy a mal que ustedes dos hubieran ido al baile.

-Bueno, pues se lo tomó bastante bien. Recuerdo que se echó a reír, se encogió de hombros y dijo que era inútil negarle algo a una mujer, porque ésta siempre se sale con la suya.

-Ya veo. Y en el baile de los instaladores del gas conoció usted a un caballero llamado Hosmer Angel, según tengo entendido.

-Así es. Le conocí aquella noche y al día siguiente nos visitó para preguntar si habíamos regresado a casa sin contratiempos, y después le vimos... es decir, señor Holmes, le vi yo dos veces, que salimos de paseo, pero luego volvió mi padre y el señor Hosmer Angel ya no vino más por casa.

-¿No?

-Bueno, ya sabe, a mi padre no le gustan nada esas cosas. Si de él dependiera, no recibiría ninguna visita, y siempre dice que una mujer debe sentirse feliz en su propio círculo familiar. Pero por otra parte, como le decía yo a mi madre, para eso se necesita tener un círculo propio, y yo todavía no tenía el mío.

-¿Y qué fue del señor Hosmer Angel? ¿No hizo ningún intento de verla?

-Bueno, mi padre tenía que volver a Francia una semana después y Hosmer escribió diciendo que sería mejor y más seguro que no nos viéramos hasta que se hubiera marchado. Mientras tanto, podíamos escribirnos, y de hecho me escribía todos los días. Yo recogía las cartas por la mañana, y así mi padre no se enteraba.

-¿Para entonces ya se había comprometido usted con ese caballero?

-Oh, sí, señor Holmes. Nos prometimos después del primer paseo que dimos juntos. Hosmer.. el señor Angel... era cajero en una oficina de Leadenhall Street... y...

-¿Qué oficina?

-Eso es lo peor, señor Holmes, que no lo sé.

-¿Y dónde vivía?

-Dormía en el mismo local de las oficinas.

-¿Y no conoce la dirección?

-No... sólo que estaban en Leadenhall Street.

-Entonces, ¿adónde le dirigía las cartas?

-A la oficina de correos de Leadenhall Street, donde él las recogía. Decía que si las mandaba a la oficina, todos los demás empleados le gastarían bromas por cartearse con una dama, así que me ofrecí a escribirlas a máquina, como hacía él con las suyas, pero se negó, diciendo que si yo las escribía se notaba que venían de mí, pero si estaban escritas a máquina siempre sentía que la máquina se interponía entre nosotros. Esto le demostrará lo mucho que me quería, señor Holmes, y cómo se fijaba en los pequeños detalles.

-Resulta de lo más sugerente -dijo Holmes-. Siempre he sostenido el axioma de que los pequeños detalles son, con mucho, lo más importante. ¿Podría recordar algún otro pequeño detalle acerca del señor Hosmer Angel?

-Era un hombre muy tímido, señor Holmes. Prefería salir a pasear conmigo de noche y no a la luz del día, porque decía que no le gustaba llamar la atención. Era muy retraído y caballeroso. Hasta su voz era suave. De joven, según me dijo, había sufrido anginas e inflamación de las amígdalas, y eso le había dejado la garganta débil y una forma de hablar vacilante y como susurrante. Siempre iba bien vestido, muy pulcro y discreto, pero padecía de la vista, lo mismo que yo, y usaba gafas oscuras para protegerse de la luz fuerte.

-Bien, ¿y qué sucedió cuando su padrastro, el señor Windibank, volvió a marcharse a Francia?

-El señor Hosmer Angel vino otra vez a casa y propuso que nos casáramos antes de que regresara mi padre. Se mostró muy ansioso y me hizo jurar, con las manos sobre los Evangelios, que, ocurriera lo que ocurriera, siempre le sería fiel. Mi madre dijo que tenía derecho a pedirme aquel juramento, y que aquello era una muestra de su pasión. Desde un principio, mi madre estuvo de su parte e incluso parecía apreciarle más que yo misma. Cuando se pusieron a hablar de casarnos aquella misma semana, yo pregunté qué opinaría mi padre, pero ellos me dijeron que no me preocupara por mi padre, que ya se lo diríamos luego, y mamá dijo que ella lo arreglaría todo. Aquello no me gustó mucho, señor Holmes. Resultaba algo raro tener que pedir su autorización, no siendo más que unos pocos años mayor que yo, pero no quería hacer nada a escondidas, así que escribí a mi padre a Burdeos, donde su empresa tenía sus oficinas en Francia, pero la carta me fue devuelta la mañana misma de la boda.

-¿Así que él no la recibió?

-Así es, porque había partido para Inglaterra justo antes de que llegara la carta.

-¡Ajá! ¡Una verdadera lástima! De manera que su boda quedó fijada para el viernes. ¿Iba a ser en la iglesia?

-Sí, señor, pero en privado. Nos casaríamos en San Salvador, cerca de King's Cross, y luego desayunaríamos en el hotel St. Pancras. Hosmer vino a buscarnos en un coche, pero como sólo había sitio para dos, nos metió a nosotras y él cogió otro cerrado, que parecía ser el único coche de alquiler en toda la calle. Llegamos las primeras a la iglesia, y cuando se detuvo su coche esperamos verle bajar, pero no bajó. Y cuando el cochero se bajó del pescante y miró al interior, allí no había nadie. El cochero dijo que no tenía la menor idea de lo que había sido de él, habiéndolo visto con sus propios ojos subir al coche. Esto sucedió el viernes pasado, señor Holmes, y desde entonces no he visto ni oído nada que arroje alguna luz sobre su paradero.

-Me parece que la han tratado a usted de un modo vergonzoso -dijo Holmes.

-¡Oh, no señor! Era demasiado bueno y considerado como para abandonarme así. Durante toda la mañana no paró de insistir en que, pasara lo que pasara, yo tenía que serle fiel, y que si algún imprevisto nos separaba, yo tenía que recordar siempre que estaba comprometida con él, y que tarde o temprano él vendría a reclamar sus derechos. Parece raro hablar de estas cosas en la mañana de tu boda, pero lo que después ocurrió hace que cobre sentido.

-Desde luego que sí. Según eso, usted opina que le ha ocurrido alguna catástrofe imprevista.

-Sí, señor. Creo que él temía algún peligro, pues de lo contrario no habría hablado así. Y creo que lo que él temía sucedió.

-Pero no tiene idea de lo que puede haber sido.

-Ni la menor idea.

-Una pregunta más: ¿Cómo se lo tomó su madre?

-Se puso furiosa y dijo que yo no debía volver a hablar jamás del asunto.

-¿Y su padre? ¿Se lo contó usted?

-Sí, y parecía pensar, lo mismo que yo, que algo había ocurrido y que volvería a tener noticias de Hosmer. Según él, ¿para qué iba nadie a llevarme hasta la puerta de la iglesia y luego abandonarme? Si me hubiera pedido dinero prestado o si se hubiera casado conmigo y hubiera puesto mi dinero a su nombre, podría existir un motivo; pero Hosmer era muy independiente en cuestiones de dinero y jamás tocaría un solo chelín mío. Pero entonces, ¿qué había ocurrido? ¿Y por qué no escribía? ¡Oh, me vuelve loca pensar en ello! No pego ojo por las noches.

Sacó de su manguito un pañuelo y empezó a sollozar ruidosamente en él.

-Examinaré el caso por usted -dijo Holmes, levantándose-, y estoy seguro de que llegaremos a algún resultado concreto. Deje en mis manos el asunto y no se siga devanando la mente con él. Y por encima de todo, procure que el señor Hosmer Angel se desvanezca de su memoria, como se ha desvanecido de su vida.

-Entonces, ¿cree usted que no lo volveré a ver?

-Me temo que no.

-Pero ¿qué le ha ocurrido, entonces?

-Deje el asunto en mis manos. Me gustaría disponer de una buena descripción de él, así como de cuantas cartas suyas pueda usted proporcionarme.

-Puse un anuncio pidiendo noticias suyas en el Chronicle del sábado pasado -dijo ella-. Aquí está el recorte, y aquí tiene cuatro cartas suyas.

-Gracias. ¿Y la dirección de usted?

-Lyon Place 31, Camberwell.

-Por lo que he oído, la dirección del señor Angel no la supo nunca. ¿Dónde está la empresa de su padre?

-Es viajante de Westhouse & Marbank, los grandes importadores de clarete de Fenchurch Street.

-Gracias. Ha expuesto usted el caso con mucha claridad. Deje aquí los papeles, y acuérdese del consejo que le he dado. Considere todo el incidente como un libro cerrado y no deje que afecte a su vida.

-Es usted muy amable, señor Holmes, pero no puedo hacer eso. Seré fiel a Hosmer. Me encontrará esperándole cuando vuelva.

A pesar de su ridículo sombrero y de su rostro inexpresivo, había un algo de nobleza que imponía respeto en la sencilla fe de nuestra visitante. Dejó sobre la mesa su montoncito de papeles y se marchó prometiendo acudir en cuanto la llamáramos.

Sherlock Holmes permaneció sentado y en silencio durante unos cuantos minutos, con las puntas de los dedos juntas, las piernas estiradas hacia adelante y la mirada fija en el techo. Luego tomó del estante la vieja y grasienta pipa que le servía de consejera y, después de encenderla, se recostó en su butaca, emitiendo densas espirales de humo azulado, con una expresión de infinita languidez en el rostro.

-Interesante personaje, esa muchacha -comentó-. Me ha parecido más interesante ella que su pequeño problema que, dicho sea de paso, es de lo más vulgar. Si consulta usted mi índice, encontrará casos similares en Andover, año 77, y otro bastante parecido en La Haya el año pasado.

-Parece que ha visto en ella muchas cosas que para mí eran invisibles -le hice notar.

-Invisibles no, Watson, inadvertidas. No sabía usted dónde mirar y se le pasó por alto todo lo importante. No consigo convencerle de la importancia de las mangas, de lo sugerentes que son las uñas de los pulgares, de los graves asuntos que penden de un cordón de zapato. Veamos, ¿qué dedujo usted del aspecto de esa mujer? Descríbala.

-Pues bien, llevaba un sombrero de paja de ala ancha y de color pizarra, con una pluma rojo ladrillo. Chaqueta negra, con abalorios negros y una orla de cuentas de azabache. Vestido marrón, bastante más oscuro que el café, con terciopelo morado en el cuello y los puños. Guantes tirando a grises, con el dedo índice de la mano derecha muy desgastado. En los zapatos no me fijé. Llevaba pendientes de oro, pequeños y redondos, y en general tenía aspecto de persona bastante bien acomodada, con un estilo de vida vulgar, cómodo y sin preocupaciones.

Sherlock Holmes aplaudió suavemente y emitió una risita.

-¡Por mi vida, Watson, está usted haciendo maravillosos progresos! Lo ha hecho muy bien, de verdad. Claro que se le ha escapado todo lo importante, pero ha dado usted con el método y tiene buena vista para los colores. No se fie nunca de las impresiones generales, muchacho, concéntrese en los detalles. Lo primero que miro en una mujer son siempre las mangas. En un hombre, probablemente, es mejor fijarse antes en las rodilleras de los pantalones. Como bien ha dicho usted, esta mujer tenía terciopelo en las mangas, un material sumamente útil para descubrir rastros. La doble línea justo por encima de las muñecas, donde la mecanógrafa se apoya en la mesa, estaba perfectamente definida. Una máquina de coser del tipo manual deja una marca semejante, pero sólo en la manga izquierda y en el lado más alejado del pulgar, en vez de cruzar la manga de parte a parte, como en este caso. Luego le miré la cara y, advirtiendo las marcas de unas gafas a ambos lados de su nariz, aventuré aquel comentario acerca de escribir a máquina siendo corta de vista, que tanto pareció sorprenderla.

-También me sorprendió a mí.

-Pues resultaba bien evidente. A continuación, miré hacia abajo y quedé muy sorprendido e interesado al observar que, aunque sus zapatos se parecían mucho, en realidad estaban desparejados: uno tenía un pequeño adorno en la punta y el otro era de punta lisa. Y de los cinco botones de cada zapato, uno tenía abrochados sólo los dos de abajo, y el otro el primero, el tercero y el quinto. Ahora bien, cuando ve usted que una joven, por lo demás impecablemente vestida, ha salido de su casa con los zapatos desparejados y a medio abotonar, no tiene nada de extraordinario deducir que salió a toda prisa.

-¿Y qué más? -pregunté vivamente interesado, como siempre, por los incisivos razonamientos de mi amigo.

-Advertí, de pasada, que antes de salir de casa, pero después de haberse vestido del todo, había escrito una nota. Usted ha observado que el guante derecho tenía roto el dedo índice, pero no se fijó en que tanto el guante como el dedo estaban manchados de tinta violeta. Había escrito con prisas y metió demasiado la pluma en el tintero. Ha tenido que ser esta mañana, pues de no ser así la mancha no estaría tan clara en el dedo. Todo esto resulta entretenido, aunque bastante elemental, pero hay que ponerse a la faena, Watson. ¿Le importaría leerme la descripción del señor Hosmer Angel que se da en el anuncio?

Levanté a la luz el pequeño recorte impreso. «Desaparecido, en la mañana del día 14, un caballero llamado Hosmer Angel. Estatura, unos cinco pies y siete pulgadas; complexión fuerte, piel atezada, cabello negro con una pequeña calva en el centro, patillas largas y bigote negro; gafas oscuras, ligero defecto en el habla. La última vez que se le vio vestía levita negra con solapas de seda, chaleco negro con una cadena de oro y pantalones grises de paño, con polainas marrones sobre botines de elástico. Se sabe que ha trabajado en una oficina de Leadenhall Street. Quien pueda aportar noticias, etc., etc.»

-Con eso basta -dijo Holmes-. En cuanto a las cartas... -continuó, echándolas un vistazo- son de lo más vulgar. No hay en ellas ninguna pista del señor Angel, salvo que cita una vez a Balzac. Sin embargo, presentan un aspecto muy notable, que sin duda le llamará la atención.

-Que están escritas a máquina -dije yo.

-No sólo eso, hasta la firma está a máquina. Fíjese en el pequeño y pulcro «Hosmer Angel» escrito al pie. Y, como verá, hay fecha pero no dirección completa, sólo «Leadenhall Street», que es algo muy inconcreto. Lo de la firma resulta muy sugerente... casi podría decirse que concluyente.

-¿De qué?

-Querido amigo, ¿es posible que no vea la importancia que esto tiene en el caso?

-Mentiría si dijera que la veo, a no ser que lo hiciera para poder negar que la firma era suya, en caso de que se le demandara por ruptura de compromiso.

-No, no se trata de eso. Sin embargo, voy a escribir dos cartas que dejarán zanjado el asunto. Una, para una firma de la City; y la otra, al padrastro de la joven, el señor Windibank, pidiéndole que venga a visitarnos mañana a las seis de la tarde. Ya es hora de que tratemos con los varones de la familia. Y ahora, doctor, no hay nada que hacer hasta que lleguen las respuestas a las cartas, así que podemos desentendernos del problemilla por el momento.

Tenía tantas razones para confiar en las penetrantes dotes deductivas y en la extraordinaria energía de mi amigo, que supuse que debía existir una base sólida para la tranquila y segura desenvoltura con que trataba el singular misterio que se le había llamado a sondear. Sólo una vez le había visto fracasar, en el caso del rey de Bohemia y la fotografía de Irene Adler, pero si me ponía a pensar en el misterioso enredo de El signo de los Cuatro o en las extraordinarias circunstancias que concurrían en el Estudio en escarlata, me sentía convencido de que no había misterio tan complicado que él no pudiera resolver.

Lo dejé, pues, todavía chupando su pipa de arcilla negra, con el convencimiento de que, cuando volviera por allí al día siguiente, encontraría ya en sus manos todas las pistas que conducirían a la identificación del desaparecido novio de la señorita Mary Sutherland.

Un caso profesional de extrema gravedad ocupaba por entonces mi atención, y pasé todo el día siguiente a la cabecera del enfermo. Eran ya casi las seis cuando quedé libre y pude saltar a un coche que me llevara a la calle Baker, con cierto miedo de llegar demasiado tarde para asistir al desenlace del pequeño misterio. Sin embargo, encontré a Sherlock Holmes solo, medio dormido, con su larga y delgada figura enroscada en los recovecos de su sillón. Un formidable despliegue de frascos y tubos de ensayo, más el olor picante e inconfundible del ácido clorhídrico, me indicaban que había pasado el día entregado a los experimentos químicos que tanto le gustaban.

-Qué, ¿lo resolvió usted? -pregunté al entrar.

-Sí, era el bisulfato de bario.

-¡No, no! ¡El misterio! -exclamé.

-¡Ah, eso! Creía que se refería a la sal con la que he estado trabajando. No hay misterio alguno en este asunto, como ya le dije ayer, aunque tiene algunos detalles interesantes. El único inconveniente es que me temo que no existe ninguna ley que pueda castigar a este granuja.

-Pues, ¿de quién se trata? ¿Y qué se proponía al abandonar a la señorita Sutherland?

Apenas había salido la pregunta de mi boca y Holmes aún no había abierto los labios para responder, cuando oímos fuertes pisadas en el pasillo y unos golpes en la puerta.

-Aquí está el padrastro de la chica, el señor James Windibank -dijo Holmes-. Me escribió diciéndome que vendría a las seis. ¡Adelante!

El hombre que entró era corpulento, de estatura media, de unos treinta años de edad, bien afeitado y de piel cetrina, con modales melosos e insinuantes y un par de ojos grises extraordinariamente agudos y penetrantes. Dirigió una mirada inquisitiva a cada uno de nosotros, depositó su reluciente chistera sobre un aparador y, con una ligera inclinación, se sentó en la silla más próxima.

-Buenas tardes, señor James Windibank -dijo Holmes-. Creo que es usted quien me ha enviado esta carta mecanografiada, citándose conmigo a las seis.

-Sí, señor. Me temo que llego un poco tarde, pero no soy dueño de mi tiempo, como usted comprenderá. Lamento mucho que la señorita Sutherland le haya molestado con este asunto, porque creo que es mucho mejor no lavar en público los trapos sucios. Vino en contra de mis deseos, pero es que se trata de una muchacha muy excitable e impulsiva, como ya habrá notado, y no es fácil controlarla cuando se le ha metido algo en la cabeza. Naturalmente, no me importa tanto tratándose de usted, que no tiene nada que ver con la policía oficial, pero no es agradable que se comente fuera de casa una desgracia familiar como ésta. Además, se trata de un gasto inútil, porque, ¿cómo iba usted a poder encontrar a ese Hosmer Angel?

-Por el contrario -dijo Holmes tranquilamente-, tengo toda clase de razones para creer que lograré encontrar al señor Hosmer Angel.

El señor Windibank tuvo un violento sobresalto y se le cayeron los guantes.

-Me alegra mucho oír eso -dijo.

-Es muy curioso -comentó Holmes- que una máquina de escribir tenga tanta individualidad como lo que se escribe a mano. A menos que sean completamente nuevas, no hay dos máquinas que escriban igual. Algunas letras se gastan más que otras, y algunas se gastan sólo por un lado. Por ejemplo, señor Windibank, como puede ver en esta nota suya, la «e» siempre queda borrosa y hay un pequeño defecto en el rabillo de la «r». Existen otras catorce características, pero éstas son las más evidentes.

-Con esta máquina escribimos toda la correspondencia

en la oficina, y es lógico que esté un poco gastada -dijo nuestro visitante, mirando fijamente a Holmes con sus ojillos brillantes.

-Y ahora le voy a enseñar algo que constituye un estudio verdaderamente interesante, señor Windibank -continuó Holmes-. Uno de estos días pienso escribir otra pequeña monografía acerca de la máquina de escribir y su relación con el crimen. Es un tema al que he dedicado cierta atención. Aquí tengo cuatro cartas presuntamente remitidas por el desaparecido. Todas están escritas a máquina. En todos los casos, no sólo las «es» están borrosas y las «erres» no tienen rabillo, sino que podrá usted observar, si mira con mi lupa, que también aparecen las otras catorce características de las que le hablaba antes.

El señor Windibank saltó de su silla y recogió su sombrero.

-No puedo perder el tiempo hablando de fantasías, señor Holmes -dijo-. Si puede coger al hombre, cójalo, y hágamelo saber cuando lo tenga.

-Desde luego -dijo Holmes, poniéndose en pie y cerrando la puerta con llave-. En tal caso, le hago saber que ya lo he cogido.

-¿Cómo? ¿Dónde? -exclamó el señor Windibank, palideciendo hasta los labios y mirando a su alrededor como una rata cogida en una trampa.

-Vamos, eso no le servirá de nada, de verdad que no -dijo Holmes con suavidad-. No podrá librarse de ésta, señor Windibank. Es todo demasiado transparente y no me hizo usted ningún cumplido al decir que me resultaría imposible resolver un asunto tan sencillo. Eso es, siéntese y hablemos.

Nuestro visitante se desplomó en una silla, con el rostro lívido y un brillo de sudor en la frente.

-No ... no constituye delito -balbuceó.

-Mucho me temo que no. Pero, entre nosotros, Windibank, ha sido una jugarreta cruel, egoísta y despiadada, llevada a cabo del modo más ruin que jamás he visto. Ahora, permítame exponer el curso de los acontecimientos y contradígame si me equivoco.

El hombre se encogió en su asiento, con la cabeza hundida sobre el pecho, como quien se siente completamente aplastado. Holmes levantó los pies, apoyándolos en una esquina de la repisa de la chimenea, se echó hacia atrás con las manos en los bolsillos y comenzó a hablar, con aire de hacerlo más para sí mismo que para nosotros.

-Un hombre se casó con una mujer mucho mayor que él, por su dinero -dijo-, y también se beneficiaba del dinero de la hija mientras ésta viviera con ellos. Se trataba de una suma considerable para gente de su posición y perderla habría representado una fuerte diferencia. Valía la pena hacer un esfuerzo por conservarla. La hija tenía un carácter alegre y comunicativo, y además era cariñosa y sensible, de manera que resultaba evidente que, con sus buenas dotes personales y su pequeña renta, no duraría mucho tiempo soltera. Ahora bien, su matrimonio significaba, sin lugar a dudas, perder cien libras al año. ¿Qué hace entonces el padrastro para impedirlo? Adopta la postura más obvia: retenerla en casa y prohibirle que frecuente la compañía de gente de su edad. Pero pronto se da cuenta de que eso no le servirá durante mucho tiempo. Ella se rebela, reclama sus derechos y por fin anuncia su firme intención de asistir a cierto baile. ¿Qué hace entonces el astuto padrastro? Se le ocurre una idea que honra más a su cerebro que a su corazón. Con la complicidad y ayuda de su esposa, se disfraza, ocultando con gafas oscuras esos ojos penetrantes, enmascarando su rostro con un bigote y un par de pobladas patillas, disimulando el timbre claro de su voz con un susurro insinuante... Y, doblemente seguro a causa de la miopía de la chica, se presenta como el señor Hosmer Angel y ahuyenta a los posibles enamorados cortejándola él mismo.

-Al principio era sólo una broma -gimió nuestro visitante-. Nunca creímos que se lo tomara tan en serio.

-Probablemente, no. Fuese como fuese, lo cierto es que la muchacha se lo tomó muy en serio; y, puesto que estaba convencida de que su padrastro se encontraba en Francia, ni por un instante se le pasó por la cabeza la sospecha de una traición. Se sentía halagada por las atenciones del caballero, y la impresión se veía aumentada por la admiración que la madre manifestaba a viva voz. Entonces el señor Angel empezó a visitarla, pues era evidente que, si se querían obtener resultados, había que llevar el asunto tan lejos como fuera posible. Hubo encuentros y un compromiso que evitaría definitivamente que la muchacha dirigiera su afecto hacia ningún otro. Pero el engaño no se podía mantener indefinidamente. Los supuestos viajes a Francia resultaban bastante embarazosos. Evidentemente, lo que había que hacer era llevar el asunto a una conclusión tan dramática que dejara una impresión permanente en la mente de la joven, impidiéndole mirar a ningún otro pretendiente durante bastante tiempo. De ahí esos juramentos de fidelidad pronunciados sobre el Evangelio, y de ahí las alusiones a la posibilidad de que ocurriera algo la misma mañana de la boda. James Windibank quería que la señorita Sutherland quedara tan atada a Hosmer Angel y tan insegura de lo sucedido, que durante diez años, por lo menos, no prestara atención a ningún otro hombre. La llevó hasta las puertas mismas de la iglesia y luego, como ya no podía seguir más adelante, desapareció oportunamente, mediante el viejo truco de entrar en un coche por una puerta y salir por la otra. Creo que éste fue el encadenamiento de los hechos, señor Windibank.

Mientras Holmes hablaba, nuestro visitante había recuperado parte de su aplomo, y al llegar a este punto se levantó de la silla con una fría expresión de burla en su pálido rostro.

-Puede que sí y puede que no, señor Holmes -dijo-. Pero si es usted tan listo, debería saber que ahora mismo es usted y no yo quien está infringiendo la ley. Desde el principio, yo no he hecho nada punible, pero mientras mantenga usted esa puerta cerrada se expone a una demanda por agresión y retención ilegal.

-Como bien ha dicho, la ley no puede tocarle -dijo Holmes, girando la llave y abriendo la puerta de par en par-. Sin embargo, nadie ha merecido jamás un castigo tanto como lo merece usted. Si la joven tuviera un hermano o un amigo, le cruzaría la espalda a latigazos. ¡Por Júpiter! -exclamó acalorándose al ver el gesto de burla en la cara del otro-. Esto no forma parte de mis obligaciones para con mi cliente, pero tengo a mano un látigo de caza y creo que me voy a dar el gustazo de...

Dio dos rápidas zancadas hacia el látigo, pero antes de que pudiera cogerlo se oyó un estrépito de pasos en la escalera, la puerta de la entrada se cerró de golpe y pudimos ver por la ventana al señor Windibank corriendo calle abajo a toda la velocidad de que era capaz.

-¡Ahí va un canalla con verdadera sangre fría! -dijo Holmes, echándose a reír mientras se dejaba caer de nuevo en su sillón-. Ese tipo irá subiendo de delito en delito hasta que haga algo muy grave y termine en el patíbulo. En ciertos aspectos, el caso no carecía por completo de interés.

-Todavía no veo muy claros todos los pasos de su razonamiento -dije yo.

-Pues, desde luego, en un principio era evidente que este señor Hosmer Angel tenía que tener alguna buena razón para su curioso comportamiento, y estaba igualmente claro que el único hombre que salía beneficiado del incidente, hasta donde nosotros sabíamos, era el padrastro. Luego estaba el hecho, muy sugerente, de que nunca se hubiera visto juntos a los dos hombres, sino que el uno aparecía siempre cuando el otro estaba fuera. Igualmente sospechosas eran las gafas oscuras y la voz susurrante, factores ambos que sugerían un disfraz, lo mismo que las pobladas patillas. Mis sospechas se vieron confirmadas por ese detalle tan curioso de firmar a máquina, que por supuesto indicaba que la letra era tan familiar para la joven que ésta reconocería cualquier minúscula muestra de la misma. Como ve, todos estos hechos aislados, junto con otros muchos de menor importancia, señalaban en la misma dirección.

-¿Y cómo se las arregló para comprobarlo?

-Habiendo identificado a mi hombre, resultaba fácil conseguir la corroboración. Sabía en qué empresa trabajaba este hombre. Cogí la descripción publicada, eliminé todo lo que se pudiera achacar a un disfraz -las patillas, las gafas, la vozy se la envié a la empresa en cuestión, solicitando que me informaran de si alguno de sus viajantes respondía a la descripción. Me había fijado ya en las peculiaridades de la máquina, y escribí al propio sospechoso a su oficina, rogándole que acudiera aquí. Tal como había esperado, su respuesta me llegó escrita a máquina, y mostraba los mismos defectos triviales pero característicos. En el mismo correo me llegó una carta de Westhouse & Marbank, de Fenchurch Street, comunicándome que la descripción coincidía en todos sus aspectos con la de su empleado James Windibank. Voílá tout!

-¿Y la señorita Shutherland?

-Si se lo cuento, no me creerá. Recuerde el antiguo proverbio persa: «Tan peligroso es quitarle su cachorro a un tigre como arrebatarle a una mujer una ilusión.» Hay tanta sabiduría y tanto conocimiento del mundo en Hafiz como en Horacio.

Corazón Delator (Edgar Allan Poe)

Narrada por el escritor Alberto Laiseca



Corazón Delator en dibujos animados (cortometraje)


Recordemos qué es un cortometraje:
Un cortometraje es una producción audiovisual o cinematográfica que dura menos de 30 minutos. Los géneros de los cortometrajes abarcan los mismos tipos que los de las producciones de mayor duración, pero debido a su coste menor se suelen usar para tratar temas menos comerciales o en los que el autor tiene una total libertad creativa. Muchos jóvenes creadores usan estos para dar sus primeros pasos en la industria cinematográfica y bastantes directores de cine consagrados hoy en día comenzaron con sorprendentes cortometrajes que los impulsaron a la fama. Probablemente uno de los cortometrajes más famosos de la historia sea "Un perro andaluz", escrito y dirigido por dos jóvenes que por entonces aún no habían alcanzado la fama: Luis Buñuel y Salvador Dalí.

Compartiremos la lectura y análisis de este cuento de Edgar A. Poe.
Analizaremos su obra.


Antología de Cuentos Policiales: